La aceleración del proceso de urbanización en el mundo ha motivado a una redefinición de los criterios de configuración de los centros urbanos. Actualmente, estos no solo representan sociedades posicionadas a través del tiempo, sino que involucran migraciones e influencias en su sector cultural, económico y social, donde el modo de vida de los ciudadanos traspasa la identidad de ciudad, prefiriendo optar por referencias y modelos externos que respondan a una sociedad globalizada.
En este contexto, los gobiernos se pueden favorecer de este fenómeno global como una oportunidad para reorientar sus ciudades hacia un enfoque sostenible según las potencialidades y necesidades de cada territorio. Para lo cual es necesario situar al ser humano como actor principal en este proceso, entendiéndolo como un ente provisto de talento, inteligencia, identidad y, sobre todo, con la capacidad de ser el gestor de una sociedad inclusiva; dejando atrás los procesos que nos definen como una sociedad consumista que emplea recursos no renovables como materia prima y economías de mercado excluyentes.
Este modelo de ciudad implica la revalorización de la cultura, entendida como un medio de comunicación que contextualiza los aspectos sociales, económicos y medioambientales. Sin embargo, la cultura como modo de vida se debe complementar de forma tangible con factores competitivos que involucren a la sociedad del conocimiento a partir de acciones que identifiquen y resalten a los sectores comprendidos en el ámbito cultural y creativo. Esto permitirá formular estrategias aplicadas al tejido económico, social y urbano de cada territorio, en función del capital humano y su estructura institucional como medios para promover una economía creativa, cuyo impacto podrá ser cuantificable dentro de una cadena de valor más humana y sostenible.
Industrias Culturales y Creativas
El término Industrias Culturales aparece en los años cuarenta, Adorno y Horkheimer (1944) en su obra “Dialéctica del Iluminismo” las definen como la industrialización de la cultura, entendida como la transformación de una obra de arte hacia un sistema productivo de bienes y servicios con fines comerciales. La cultura siempre se desarrolló dentro de un ámbito aislado, perteneciente a un mercado elitista y excluyente. Sin embargo, desde la perspectiva de la sociología y la antropología, la cultura es un medio que define una sociedad para idear nuevos procesos sociales de desarrollo que favorezcan la consolidación de una identidad histórica, patrimonial y cultural. El resultado de esta paradoja propone la necesidad de generar una industria que resalte los valores culturales propios de la sociedad a través de procesos productivos, favoreciendo así, la exportación de recursos que contribuyan a la economía y al posicionamiento de cada sociedad en el mundo.
Posteriormente, se inician diferentes debates sobre el entendimiento de las Industrias Culturales partiendo de la necesidad de llegar a una definición coherente y homogénea. Una de las primeras organizaciones en presentar un modelo que respondiera a la sociedad de consumo de ese entonces, fue la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por sus siglas en inglés) en 1986, donde reconocía e identificaba a los sectores comprendidos únicamente en el ámbito cultural, los cuales permitirían aportar a la economía de cada país en un mercado emergente. En 1997, Gran Bretaña a través de su Department of Culture, Media and Sports (DCMS), acuñó el término de Industrias Creativas, que complementariamente a las Industrias Culturales buscaban promover un desarrollo económico y social desde la explotación intelectual. Bajo esta nueva metodología, se clasificó el sector cultural y creativo en trece subsectores: publicidad, arquitectura, arte y antigüedades, artesanías, diseño, moda, cine y video, software de entretenimiento, música, artes escénicas, publicaciones, software y radio-televisión. Sobre estas bases, la Unión Europea (UE) empieza a poner en práctica estas estrategias identificando sus sectores culturales y creativos, y midiendo el efecto que tenían en el crecimiento económico, tanto por la cantidad de empleos generados, como por su aporte a la producción.
Sin embargo, las metodologías de estos organismos muchas veces no eran compatibles con las perspectivas de los países interesados en ejecutar políticas de fomento de las Industrias Culturales y Creativas (ICC), debido a que la delimitación de cada sector era imprecisa y las estrategias presentadas no eran viables para los mercados, alcances y realidades de cada uno de los países involucrados. A esto se suma el poco entendimiento respecto a la clase creativa —cuyo significado es el posicionamiento de una economía creativa en la sociedad (Florida, 2010)— que comienza a aparecer en una nueva sociedad del conocimiento, donde la creatividad ya no es solamente la capacidad de crear algo nuevo, sino también la oportunidad de darle un valor económico a todo el proceso creativo, integrando variables de innovación, tecnología, ciencia, arte y cultura. En este contexto, el sector cultural se redefine en función de las industrias creativas y en el 2010 la UNESCO, como principal representante de cultura a nivel global, presenta la “Guía para el desarrollo de las industrias culturales y creativas”, que permite desarrollar estrategias a través de indicadores culturales y creativos para que los países puedan medir los alcances de las ICC en relación a la creación, producción y comercialización de contenidos creativos que sean intangibles y de naturaleza cultural (UNESCO, 2010).
Actualmente muchos países están implementando políticas públicas para repotenciar sus economías culturales y creativas, tomando como referencia la metodología presentada por la UNESCO sumada a otros sistemas de información estadística, como las Cuentas Satélite de Cultura. Estas permiten medir el impacto económico de los diversos sectores de las ICC, considerando principalmente el porcentaje de ingresos relacionado al Producto Bruto Interno (PBI) y la tasa de empleo que generan. Estos indicadores pueden ser equívocos, pues no siempre expresan la verdadera cadena de valor correspondiente a las ICC. En ella intervienen diversos factores como la cantidad de exportaciones e importaciones de cada país para determinar si es productor de cultura y creatividad o si importa bienes y servicios de otros países.
La Economía Creativa
El concepto de economía creativa es el resultado del proceso productivo que involucra a las ICC. Su significado aún continúa redefiniéndose debido a los cambios socio-económicos en el escenario internacional, donde se ha ido consolidando la sociedad del conocimiento y la información como actor principal de este crecimiento económico. Lo cultural no es independiente a lo creativo, ya que cada persona cuando produce un bien o servicio desarrolla un sentido de creación. Sobre esta idea, todos podemos aportar dentro de esta cadena de valor cambiando los patrones de producción desde una visión integral que promueva la inclusión social, interdisciplinaria y participativa, apartándose de la visión elitista de la cultura como un privilegio.
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en el Libro Naranja, define la economía creativa como “una riqueza enorme basada en el talento, la propiedad intelectual, la conectividad y por supuesto, la herencia cultural de nuestra región” (Restrepo y Márquez, 2013:10). Este manual explica las “oportunidades infinitas” que tienen los sectores creativos en América Latina para su posicionamiento, mostrando cifras e indicadores cuantitativos que reflejan un panorama favorable del sector creativo en la región. La economía naranja se categoriza en bienes creativos (artes visuales y performativas, artesanía, audiovisual, diseño, nuevos medios) y en servicios creativos (arquitectura, cultura y recreación, investigación y desarrollo y publicidad).
La vía para impulsar las economías creativas estará determinada por la capacidad de innovación y creatividad del capital humano y su sociedad, la cual puede ser adquirida y maximizada mediante políticas de educación que promuevan el emprendimiento a través de I+D+i (investigación, desarrollo e innovación). El intelecto de cada individuo, entendido como materia prima inagotable, debe ampararse en los derechos de autor y del copyright, por lo que la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) viene desarrollando una metodología que contribuirá con este factor. Adicionalmente, disponer de nuevas Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC), como medios de difusión y atracción de nuevos actores y mercados, puede generar un nuevo entendimiento en la estructura de las economías creativas, eliminando el espacio real y ampliando la cobertura en la cadena de valor de las ICC. Por otro lado, es necesario fomentar la creación de clústeres y organizaciones que ejecuten proyectos innovadores respaldados por organizaciones del tipo startups, incentivando el crecimiento competitivo que se viene desarrollando en el ecosistema creativo.
Lógicas espaciales y el factor territorial
El surgimiento y fomento del sector creativo supone una reconfiguración del sistema social, económico y urbano actual de las ciudades que optan por el modelo de economía creativa. La creatividad como recurso ilimitado (propio del intelecto de las personas), conlleva a cuestiones sobre cómo adecuar y condicionar el territorio, para lo cual se debe conocer las interrelaciones que tiene esta clase creativa aún poco estudiada. El desinterés tanto de los gobiernos y sectores públicos, como de los economistas y sectores privados (asociados a las industrias culturales), ha generado que este sector emergente se vea obligado a trabajar formando medianas, pequeñas y sobre todo micro empresas disgregadas y muchas veces informales, lo que dificulta reconocer su geografía económica dentro del suelo urbano.
Dentro de las estrategias de impulso a las Industrias Creativas, se resalta el método de mapeo que permite localizar a la clase creativa, identificar el tipo de suelo y contexto donde se desarrolla, así como su interrelación con los demás sectores de la economía local. Es importante reconocer a este sector emergente dentro de un ámbito multi-institucional, que trabaja con y para diversas áreas ya consolidadas en el territorio. Lo cual plantea un cuestionamiento sobre la reestructuración de los núcleos de desarrollo para consolidar físicamente a este sector sobre el tejido social y urbano, o de otro modo, consolidarlo dentro de un espacio digital propio de esta sociedad de la información, donde las tecnologías facilitan nuevos modos de trabajo modificando los paradigmas en la cadena de valor de este sector económico.
Ahora bien, tratándose de un mercado industrial, es necesaria su aparición dentro del territorio. Florida (2002) expone que la creatividad se da en un inicio en la mente e idealismo de cada persona, sin embargo su materialización se da en condiciones de trabajo colectivo, resultando en productos y servicios novedosos y útiles. Complementariamente, desde el ámbito de la cultura y de las industrias culturales, sobresalen las experiencias de Barcelona y Medellín, las cuales a través de una acupuntura urbana con infraestructuras culturales, establecen polos y ejes culturales que atraen mercados de consumo, oportunidades de producción y turismo. Bajo este entendimiento, se debe posicionar núcleos creativos dentro de la ciudad que generen el mismo efecto positivo, pero desde una perspectiva, en conjunto a la cultural, que estimule el emprendimiento, la innovación y la tecnología (como es el caso de Silicon Valley), y determine mercados para ofrecer productos comercializables, fomentando la competitividad de las empresas en este rubro. La concentración del sector creativo resulta de una gestión de políticas que apoyen y faciliten la formación de clústeres como puntos estratégicos en la ciudad “que proporcionen un ecosistema amplio que nutra y fomente la creatividad” (Florida, 2010:23). Estos viabilizan una reinvención de barrios, como es el caso de Buenos Aires, que a través de sus distritos temáticos potencializa las características propias de cada uno de ellos, atrayendo a nuevos consumidores y aportando en la economía del territorio.
Panorama de las Industrias Culturales Creativas
América Latina ha comenzado a adoptar políticas públicas que promueven las ICC y apuntan a la cultura como pilar de desarrollo. Sin embargo, el impacto que generan en su economía no representa un potencial relevante frente a otros sectores económicos. El informe de Tiempos de Cultura (EY, 2015) señala que el aporte de las ICC en América Latina representa solo el 6% de ingresos a nivel mundial, comparándolo con Asia que se posiciona con un 33%. Cabe destacar que en los últimos años muchos de los países latinoamericanos han generado un crecimiento representativo reflejado por indicadores de exportaciones culturales (sector audiovisual y editorial) que evidencia una mayor contribución del sector cultural y creativo a la economía local; no obstante, los países centroamericanos todavía experimentan dificultades para generar mecanismos de medición y diagnóstico de la estructura cultural en su tejido económico. Por otra parte, la sociedad latinoamericana se visualiza como importadora de cultura y creatividad de consumo, principalmente de los Estados Unidos, líder en el sector tecnológico y digital. A pesar de que la mayoría de países de la región incluyen cláusulas de “Excepción Cultural” en sus Tratados de Libre Comercio (TLC), las estadísticas reflejan la insuficiente participación de las cadenas productivas de bienes y servicios culturales en el crecimiento económico. Esto significa un riesgo en la consolidación de una imagen e identidad en la región, acentuando una pérdida de valores que desarticula cualquier tipo de cohesión social.
La UNESCO ha elaborado metodologías de clasificación de los indicadores culturales que fomentan el desarrollo de las ICC. Estas herramientas ofrecen a los países latinoamericanos reconocer, a través de datos cuantitativos, las cadenas de valor que representa el sector cultural de cada país en beneficio de su desarrollo hacia la ejecución de políticas públicas coherentes. Asimismo, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) dispone de proyectos para la difusión de los productos culturales y creativos; así, por ejemplo, “La Economía Naranja” busca destacar la importancia de la economía creativa desde el talento, la creatividad y la tecnología, tomando como base la herencia cultural de la región. Estas herramientas se ven limitadas por la falta de implementación de acciones y programas gubernamentales que reconozcan los nichos específicos de sus economías culturales y creativas, consecuencia de la carencia de datos recogidos en torno a las ICC. En el 2009, el BID, junto a la Agencia Española para la Cooperación Internacional al Desarrollo (AECID) y la Organización del Convenio Andrés Bello, presentaron la guía “Cuentas Satélites de Cultura, el Manual metodológico para su implementación en Latinoamérica”, que por medio de mecanismos de medición e indicadores estadísticos, permite visibilizar y valorar las actividades y productos culturales desde su contribución al crecimiento económico del país. Esta metodología ya ha sido aplicada por Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Costa Rica, México y Uruguay para ampliar sus líneas de trabajo respecto a las ICC. La alianza estratégica de los países que integran el MERCOSUR, a través del Sistema de Información Cultural, facilita la obtención de datos con el objetivo de registrar en mapas culturales la diversidad de estos sectores. Esto impulsa a los estados hacia una línea de intervención que identifique a los actores del sector cultural y creativo (reconocimiento de las pequeñas y medianas empresas, incluso las informales que son muy evidentes en la economía latinoamericana) para la gestión de políticas públicas en beneficio del capital humano como fuente de motor económico, y de la propiedad intelectual como respaldo y motivación para el desarrollo de actividades creativas.
A finales del siglo XX surgen iniciativas de intervención sobre el suelo urbano que responden a las problemáticas de la sociedad latinoamericana; sin embargo, la baja visibilidad del sector cultural y la poca confianza que le tenían los gobiernos como sector económico posible, promueven una ciudad fragmentada sin un rumbo en el desarrollo social y sostenible, donde la calidad de vida está limitada a sectores sociales y económicos dispersos. Los usos y costumbres de las sociedades quedaron minimizados a un entendimiento básico cultural desde la tradición e identidad “histórica” propia de cada una de ellas y no consideraba sus potencialidades desde una visión de cohesión social como punto de partida para un desarrollo urbano. A partir de la inserción del concepto de las ICC, muchas ciudades latinoamericanas crearon estrategias de acupuntura urbana revitalizando distintos sectores olvidados de las ciudades, incluso en zonas periféricas donde el valor del suelo sugería que aquellos sectores no representaban una oportunidad de intervención. En el caso de Puerto Madero en Buenos Aires, se recuperó la zona portuaria industrial próxima al centro histórico de la ciudad, y se estableció como un eje de espacio público que impulsó el desarrollo de usos residenciales y comerciales, así como empresas, inversiones y turismo. Asimismo, se emprendió el proyecto de barrios temáticos para potenciar su identidad, como son Palermo y San Telmo. De igual manera, Colombia implementó políticas para posicionar sus ciudades dentro de un contexto cultural y de innovación internacional. En el caso de Bogotá, el Plan Maestro de Equipamientos Culturales promovió el acceso a la cultura por medio de la construcción de infraestructuras culturales en distintas zonas de la ciudad, generando corredores culturales para una renovación urbana en base a la economía cultural. La propuesta de recontextualización de Medellín a través de un urbanismo social, la ubica entre las principales ciudades innovadoras, recibiendo el premio Lee Kuan Yew World City Prize en el 2016. La Ruta N y el proyecto Medellinnovation se constituyen como estrategias para establecer clústeres de sectores creativos y emprendedores, que fomenten la innovación e inclusión a través de la economía del conocimiento.
Aproximaciones y ejes de acción
En el panorama actual, las Industrias Culturales y Creativas se presentan como modelos de desarrollo necesarios dentro de mercados económicos competitivos. La evidencia de su aporte en el crecimiento económico, traducido en las tasas de empleo y su contribución en el PBI, confirman que no se trata de un mercado emergente, sino de uno de los principales sectores de producción de bienes y servicios que engloban mercados culturales, creativos, innovadores, sociales, sostenibles y tecnológicos. Desde el campo urbano y de desarrollo de nuevas posturas sociales, las ICC permiten fomentar un modelo de ciudad inteligente, que se caracteriza por emplear las TIC para afrontar los desafíos de una ciudad convencional, y apunta hacia un desarrollo competitivo y sostenible por medio de la participación del “ciudadano inteligente” en la toma de decisiones y la planificación colectiva de la ciudad.
Las políticas de gestión no deben generalizar las capacidades particulares de un territorio a nivel de estado. Por ejemplo, las Comunidades Autónomas Españolas idearon programas públicos enfocados únicamente en promover sus industrias audiovisuales dentro de un marco global, cuando en la práctica no todas las comunidades destacaban por ese contenido (Zallo, 2009). Por ello la necesidad de trabajar con las Cuentas Satélites de Cultura, sobre todo en Latinoamérica, para identificar los sectores culturales y creativos que sobresalen y son coherentes con la identidad de su región. Esto permitirá que el capital humano disponible se identifique con la cadena de valor a emprender y pueda fortalecer los vínculos sociales del territorio. La agenda pendiente de los estados y ciudades frente al posicionamiento de las ICC deja abierto el debate sobre las diferentes medidas y posturas que cada uno de ellos debe adoptar. Sin embargo, el presente artículo considera aspectos específicos según el caso de estudio presentado, inmerso en la región latinoamericana, esbozando las siguientes consideraciones para el fomento de las Industrias Culturales y Creativas:
Desde un marco de planeación y gobernanza. Cada territorio debe idear un modelo de ciudad coherente que le permita establecer una gestión de políticas públicas (con una visión de corto y largo plazo), que considere los principales sectores característicos de sus ICC a partir de metodologías y manuales presentados por los diversos organizamos internacionales, siendo competencia propia definir y trabajar en sus propios indicadores de desarrollo.
Desde el factor económico del sector cultural y creativo. Es necesario medir el impacto y la contribución de la promoción de las ICC por medio de Observatorios de Cultura y Economía y de una Cuenta Satélite de Cultura que facilite un sistema de obtención de datos para medir el crecimiento económico que genera el sector cultural y creativo —determinado por la producción de los bienes y servicios, su oferta y demanda, y la tasa de empleo— considerando a pequeñas, medianas y grandes empresas.
Desde un marco espacial en el territorio. Las iniciativas de gentrificación y renovación urbana favorecen la inserción de infraestructuras de carácter cultural y de servicios públicos que promuevan el desarrollo de actividades de las industrias culturales, dinamizando diversos sectores del territorio principalmente en la periferia (si se trata de una ciudad fragmentada). La sectorización de corredores y clústeres culturales permitirán a través de la economía de la cultura y plusvalías aportar al desarrollo económico, promoviendo una competitividad que oferte un mercado cultural y creativo consolidado.
Desde el marco del capital humano como capacidad emprendedora. Se debe alinear el talento creativo e innovador a las oportunidades de aportar a través de la I+D+i, a los diferentes sectores económicos del territorio, y no solo al cultural y creativo. Para ello se debe planificar desde una re contextualización del tejido urbano y social en el que la clase creativa pueda insertarse, brindándole facilidades para su fomento.
Desde el factor de cohesión social a través de Imaginarios Urbanos. El modo cómo una sociedad percibe su ciudad es fundamental, pues la apropiación del territorio por sus ciudadanos denota el impulso que necesitan las ciudades actuales. El progreso social y económico de una sociedad no siempre se debe a su modo de gobernanza y sus políticas públicas, sino también al índice de felicidad y bienestar en los ciudadanos, quienes bajo el derecho de una participación ciudadana en la formulación del territorio, eligen qué modelo de ciudad desean, según el patrimonio, costumbres e identidad de cada región.
A partir de un análisis más profundo de las lógicas de especialización de las actividades creativas dominantes en cada distrito, los gobiernos locales deben establecer políticas para la promoción de clústeres creativos localizados para favorecer la complementariedad entre empresas del mismo sector que generen ventajas competitivas derivadas de las dinámicas de proximidad espacial. Asimismo se deberán analizar las conexiones globales entre los distintos sectores para configurar redes de interacción entre clústeres y evitar estructuras cerradas y dependencias productivas, impidiendo la segregación socio-espacial y garantizando la protección del patrimonio cultural.
El fomento de las Industrias Creativas permitirá establecer nuevos criterios para la idealización de planes y proyectos de desarrollo urbano, considerando trabajar en un modelo de territorio inteligente que opere de manera conjunta entre los sectores económicos y sociales consolidados y los emergentes junto a las nuevas tecnologías. Este estudio tentativo parte de la iniciativa de aportar con el futuro y mejora de la ciudad encaminándola hacia un desarrollo sostenible. Recuerda "La Cultura, transforma vidas".
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