La economía púrpura es la parte de la economía que contribuye al desarrollo sostenible promoviendo el potencial cultural de los bienes y servicios. Se refiere a tener en cuenta los aspectos culturales en la economía. Designa una economía que se adapta a la diversidad humana en la globalización y que se apoya en la dimensión cultural para dar valor a los bienes y servicios.
La economía púrpura comprende toda la actividad económica basada en la formulación y el impulso de políticas públicas que tienen en la cultura y la identidad del territorio su eje central de desarrollo. Su objetivo es incorporar la cultura en bienes y servicios como fórmula de desarrollo sostenible de forma transversal en toda la economía.
El término apareció por primera vez en 2011, en Francia, en un manifiesto publicado en Le Monde.fr . Entre los firmantes figuraban los miembros de la junta de la asociación Diversum, que organizó el primer Foro Internacional de la Economía Púrpura bajo el patrocinio de la UNESCO, el Parlamento Europeo y la Comisión Europea. El concepto fue inventado por Jérôme Gouadain, quien luego lo puso en teoría a través de la asociación Diversum y luego en el Prix Versailles.
El llamamiento internacional, “Hacia un renacimiento cultural de la economía”, firmado por arquitectos, cocineros, premios Nobel de Economía y líderes de organizaciones internacionales, define la economía púrpura como una forma de economía territorial, en la que los territorios que preserven y promuevan con éxito los diferentes aspectos de sus identidades originales gozarán de una ventaja competitiva real. Sin embargo, esta revitalización cultural del entorno local no significa un desinterés por las sociedades más distantes. El apetito por otras culturas y la necesidad de comprenderlas mejor no puede evitar expandirse en el mundo del mañana. Desde esta perspectiva, la economía púrpura es universal por naturaleza: Todos los territorios, incluidos los menos dotados económica y tecnológicamente, tienen un mensaje cultural que compartir. Es cuestión de dar a cada uno de ellos la oportunidad de mostrar lo que los hace únicos, en un mundo donde la homogeneización es un signo de desvitalización.
Características de la economía púrpura
La gentrificación y la masificación de las ciudades, acelerada por la multiplicación de las franquicias, provoca una pérdida de identidad de las ciudades. La economía púrpura arroja cierta luz sobre la alianza entre la industria cultural y la economía impulsando la cultura como rasgo identitario y motor de crecimiento de la economía.
Es una forma de enriquecer todos los bienes y servicios mediante la capitalización de la dimensión cultural. El crecimiento sin cultura conduce a la estandarización de los productos y a la pérdida de identidad del territorio.
No es posible hablar de la creatividad sin una base cultural sólida, y tampoco mantener la cultura como un mero instrumento de vocación pública sin la aplicación de un modelo económico que permita su preservación y desarrollo. La economía debe incorporar elementos culturales en sus procesos, producción y modo de organización. Es necesario visibilizar la dimensión cultural en cualquier bien o servicio que se ofrezca potenciando el crecimiento sobre una base ética y sostenible.
Todo los actores (stakeholders) de un territorio deben recurrir a la dimensión cultural para evitar la cultura del consumo uniforme y sin raíces locales. Por ejemplo, si una gran superficie de venta de alimentos se establece en la costa de Almería, aumentará el espacio dedicado al pescado, frutas y hortalizas (integración horizontal), y también incorporará marcas locales y productos de la zona (integración vertical).
La transición púrpura tiene como objetivo incluir la huella cultural en todos los bienes y servicios para desarrollar una economía culturizada y por ende, territorializada. Un bien o un servicio que ha incorporado el uso de materiales extraídos, cultivados o transformados localmente ayuda a difundir y preservar la cultura local y por tanto es más sostenible.
Pero ¿Qué es la huella cultural?
La huella cultural es el impacto que ejercen los grupos e individuos en el entorno cultural. Entendiendo la cultura como el conjunto de conocimientos, ideas, tradiciones y costumbres que caracterizan a un pueblo, a una clase social, a una época, etc.
Toda comunidad, ciudad o sociedad organiza sus actividades y su vida cultural de acuerdo con sus antecedentes, historia, formas culturales propias y su realidad actual. La Declaración Universal de los Derechos Humanos reconoce la participación en la vida cultural de las personas como derecho fundamental y las sociedades modernas han estructurado su intervención en la cultura a partir de las estructuras del Estado nación (Gobierno central, regional y local) con sus regulaciones legislativas específicas.
El primer nivel de garantía del derecho cultural es la libertad y la participación en la vida cultural a nivel individual. Toda persona como ciudadano intenta satisfacer sus necesidades culturales pero requiere de lo social o compartido para alcanzar una plena realización de sus derechos y aspiraciones, por lo cual se producen procesos complejos de estructuración social alrededor de la cultura. Los diferentes agentes implicados a partir de las acciones e implicaciones que tienen en un sector determinado, como actor social afectado por la acción a desarrollar. En estas dinámicas se van a descubrir nuevos campos de acción conjunta, considerando sus oposiciones y conflictos como un campo de complejidad y, sobre todo, de diversidad.
La cultura no se manifiesta solamente de forma física, algo material que se pueda exhibir, sino que también hay muchas formas intangibles. Para proteger estas manifestaciones valiosas de la cultura. En 2003 la UNESCO las definió así por primera vez en la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial. Dentro de estas maneras de expresiones culturales se encuentran las tradiciones orales, los festivales, los trajes, la danza y los bailes, los rituales, el teatro e incluso culturas alimentarias.
La huella cultural fue definida en junio de 2013 a iniciativa de un grupo de expertos de la UNESCO, de la OCDE, de la Organización Internacional de la Francofonía, de ministerios franceses, de empresas y de la sociedad civil. Así, fue definida como «el conjunto de externalidades, positivas o negativas, generadas en el entorno cultural por la acción de un agente». Se la considera positiva cuando enriquece la diversidad cultural, cuando favorece a una intensidad cultural.
Un segundo documento de referencia publicado en 2017 señala que «todos los actores tienen la posibilidad de activar los recursos culturales disponibles, es decir, explorarlos y explotarlos. Al mismo tiempo, es su responsabilidad hacer una aportación positiva» frente a esta base, este ambiente creativo. Esto significa que los grupos y los individuos «se imponen exigencias, se comprometen a partir de sus particularidades, se implican e invierten culturalmente».
Aumento de la cultura
El contexto de la economía púrpura es el de la creciente importancia de la cultura en la sociedad contemporánea. Los factores involucrados en esto incluyen en particular: un reajuste económico y político global a favor de los países emergentes, un retorno a los entornos locales (una vez más percibidos como centros de estabilidad), nuevas formas de reclamo (a raíz del colapso de las grandes ideologías), la creciente demanda social de calidad basada en patrones de consumo cultural (que van de la mano con la lógica de popularización, individualización y mayor esperanza de vida), enfoques innovadores (que presuponen un estado de ánimo cultural y una interdisciplinariedad conducente a la serendipia).
Esto quiere decir que la Economía púrpura es multidisciplinar, ya que enriquece todos los bienes y servicios al capitalizar la dimensión cultural inherente a cada sector, lo que nos lleva a percibir una diferencia con respecto a la economía naranja que se basa en sectores.
Sectores asociados (directo)
Patrimonio local.
Museos.
Sector de las artes.
Actividades culturales.
Industria de la música.
Industria del cine.
Software.
Videojuegos.
Efectos de la economía púrpura
Diferenciación en el mercado.
Impulso de la innovación en la creación de bienes y servicios.
Aumento de los ingresos del sector turístico y de restauración.
Preservación de la identidad y cultura local.
Difusión de la cultura.
Generación de empleo.
Aumento de la vitalidad cultural y sentido de pertenencia.
Aumento de la ventas de proximidad.
Sectores afectados
Administración.
Sistema educativo.
Profesores e investigadores.
Planificadores urbanos.
Sector turístico.
Empresarios.
Industria retail.
Conexión con el desarrollo sostenible
La economía púrpura enfatiza la presencia de externalidades : el entorno cultural del que los agentes se basan y en el que, a cambio, dejan sus propias huellas, es un bien común. Como resultado, la economía púrpura ve a la cultura como un eje para el desarrollo sostenible.
De hecho, la cultura ha sido una subsección completa de la sostenibilidad desde el principio. Incluso se puede decir que la responsabilidad social de las empresas se originó en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales adoptado por las Naciones Unidas en 1966.
Esta cuestión es solo uno de los diferentes componentes del desarrollo sostenible , junto con las preocupaciones relacionadas con el entorno natural (economía verde) y el entorno social (economía social). La complementariedad de estos aspectos de la economía sostenible se reafirmó en una convocatoria publicada por Le Monde Économie en 2015, previa a la 21ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.
Las relaciones entre la cultura y el desarrollo sostenible no son algo nuevo, sino que tienen unos amplios antecedentes en el ámbito de las políticas culturales territoriales y en las discusiones multilaterales de Naciones Unidas. La idea de incorporar la contribución de la cultura al desarrollo sostenible se fraguó en el marco del Decenio Mundial para el Desarrollo Cultural (1988-1997) y en 2004 se adoptó, en el Primer Foro Universal de las Culturas, la Agenda 21 de la Cultura, una herramienta para integrar a esta como pilar del desarrollo sostenible en el ámbito local. Por otro lado, la UNESCO lleva décadas tratando de anclar la cultura en todas las políticas de desarrollo –ya impliquen a la educación, las ciencias, la comunicación, la salud, el medio ambiente, las industrias creativas o el turismo– y apoyando el progreso del sector cultural y la defensa de la diversidad cultural. Así, a la vez que contribuye a la reducción de la pobreza, la cultura constituye un instrumento de cohesión social y ciudadanía.
Sin embargo, a menudo los planteamientos que relacionan cultura y desarrollo se han limitado a declaraciones de intenciones y han sido poco prácticos, lo cual puede explicar su escasa consideración e inclusión en las políticas públicas. Actualmente, distintas iniciativas y prácticas nos presentan un escenario diferente y más elaborado para proponer una nueva generación de argumentaciones que incluya las diferentes dimensiones culturales en las políticas de desarrollo sostenible. La cultura juega un papel clave en la lucha contra la pobreza, la exclusión, las inequidades o el diseño de ciudades inclusivas, por citar algunas líneas de trabajo. Otro aspecto importante del binomio cultura/desarrollo es la recuperación y revalorización de la gran producción conceptual –en clave de investigaciones, estudios y evaluaciones– que permita disponer de un estado de la cuestión aceptable.
El nuevo contrato social que supone la Agenda 2030, firmada por 193 países en septiembre de 2015, es un plan de acción a escala global que integra las aspiraciones universales de progreso humano, económico, social y ambiental. Su propósito es lograr el desarrollo sostenible para todo el planeta, sin dejar a nadie atrás, y la hoja de ruta para alcanzarlo son los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) con sus 169 metas, una oportunidad única para sentar las bases de una transformación global sin precedentes en la historia de la Humanidad. Es evidente que para alcanzar los ODS incluidos en esta agenda universal, es imprescindible incorporar el amplio y diverso ámbito de la cultura y las humanidades.
El gran avance de la Agenda 2030 tiene que ver con una visión integradora y holística del mundo, que supere la compartimentación del conocimiento y trabaje de manera multidisciplinar para lograr un objetivo común: “transformar nuestro mundo”1. No obstante, para que los ODS sean una realidad, se precisa de la apropiación y el compromiso sólido de un amplio número de actores. Se trata de una tarea que ha de involucrar a los diferentes niveles de gobierno, a las universidades, empresas, sociedad civil, Tercer Sector y, cómo no, a los agentes culturales. La cultura posee un importante poder en ese cambio transformador necesario para alcanzar los ODS.
La cultura forma parte de nuestro ser y configura nuestras formas de vida: abarca los valores, las creencias, las convicciones, la expresividad humana, las lenguas, los saberes y las artes, las tradiciones, instituciones y modos de vida por medio de los cuales las personas manifiestan su humanidad. Los valores de la sociedad son la base sobre la que se construye todo lo demás y, la forma en que estos se expresan, son su cultura. Por ende, parte importante en el desarrollo de estrategias de crecimiento, dinamización y ponderación de las economías en los territorios deben de incluir a la cultura como su base fundamental, y es aquí en donde la economía púrpura cobra vida. Recuerda "La Cultura, transforma vidas".
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